En La ciudad de la fruta Leyla Selman nos relata los abusos sufridos por ella cuando era niña por parte de su abuelo y tres de sus tíos. La obra retrata una realidad dura, pero lo hace con la perspectiva de que al hacerlo cumple un fin necesario, sanar, y nos introduce en esa constante tensión entre el arte y la realidad. Esto dispara una multiplicidad de preguntas sobre la función, el sentido y los límites del arte: ¿es posible sanar a través del teatro? ¿Quiénes pueden hacerlo? ¿Qué papel jugamos nosotros que acompañamos este acto de transformación? ¿Hasta dónde es posible representar el dolor cuando no solo duele haberlo vivido, sino también recordarlo?
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