Con la humildad que otorga la amistad sincera te digo que no me siento lo suficientemente preparado para escribir sobre lo que tú escribes y, ante todo, cómo lo escribes. Y hablo no sólo de tu prosa, sino también, y en especial, de tu poesía, que yo conozco muy bien y que siempre me ha sorprendido. Pero estos relatos, amigo mío, además de sorprenderme, me han deslumbrado, me han intrigado me han hecho temblar, y te digo que no es por mi Parkinson.
Tienen eso que nadie sabe lo que es y es lo único que importa. Eso que algunos llaman el “elemento añadido”, otros, “el viento de la locura”, y que yo, influido por la Biblia, he llamado “el soplo de vida”. Eso que te hace levitar al leer un buen poema, que te hace llorar frente a una buena pintura, que te hace temblar frente a una escultura. Eso que te abre puertas interiores, puertas hacia lo oscuro, como me ocurrió con tus relatos.