En pleno siglo xxi, la autoridad tradicional ha sido desplazada por otras formas de poder y liderazgo basadas en la popularidad, la influencia en redes sociales, el descrédito de las instituciones y el control de la información en manos de gigantes tecnológicos. El actual desprestigio de los poderes públicos se debe en gran medida al desgaste del propio sistema democrático, pero también a la irrupción de partidos antisistema que han encontrado en el ataque sistemático a las instituciones una forma de hacer política que da réditos electorales. Un juego peligroso al que también se suman los partidos tradicionales, contribuyendo así al asfixiante clima social. A su vez, este cuestionamiento conduce a la devaluación de otras formas no políticas de autoridad, como las que rigen el vínculo educativo entre padres e hijos, o entre maestros y alumnos, o el vínculo entre el rigor de la ciencia y la conjura online del disparate.