El 4 de julio de 2021, el proceso constitucional iniciado en Chile entraba en su etapa decisiva. En la sede del Congreso Nacional en Santiago, 155 convencionales elegidos para redactar una nueva Constitución asumirían sus cargos. Ante los ojos de una ciudadanía que seguía el evento-espectáculo por televisión empezaron a aparecer acróbatas, magos, contorsionistas.
Pero tras dicha frivolización de la política había, ante todo, una máquina que operó día y noche, con engranajes especialmente diseñados para cumplir funciones específicas; una máquina manejada con cálculo y precisión para que el texto final consagrara normativamente ciertas ideologías.
Hoy, a meses de ser rechazada la propuesta de Constitución, miramos más allá de la colorida función –que tomamos como punto de partida– para profundizar en su afán refundacional.