Es un luminoso sábado de primavera: 11 de abril de 1970. El célebre
cantante argentino Sandro va a convertirse en el primer latinoamericano
en actuar en el Madison Square Garden y Gloria será una de las
afortunadas asistentes al mítico concierto. A sus veinte años recién
cumplidos, la joven recorre las eléctricas calles de Nueva York, que
invitan a olvidarlo todo y aprenderlo de nuevo. Tiempo habrá para que
lleguen las decepciones, pero no hoy: hoy debería durar para siempre y
ser, tal vez, el día perfecto, si es que Gloria logra sacarse de la
cabeza las perturbadoras imágenes que vio en los laboratorios
fotográficos de AGFA, donde trabaja; si consigue no pensar demasiado en
su padre asesinado cuando era niña, o si al irascible e impuntual Tigre
le da por aparecer. Tal vez.
Cinco décadas más tarde, un hijo se
asoma a los años de iniciación de su madre y repara en que sus
juventudes, marcadas por el paso por Nueva York exactamente a la misma
edad, no son tan distintas. Ese hijo es Andrés Felipe Solano, quien con
una mirada resplandeciente pero no exenta de oscuridad, y una prosa tan
sincera como sofisticada, rememora en Gloria el momento en que su madre
descubrió que el amor es un interminable juego que consiste en
balancearse para no caer por el precipicio.